La habitación que mi madre guarda para mí en el campo es pequeña. Una cama de uno treinta y cinco, paredes blancas, un colchon demasiado blando, una cómoda y un espejo, un armario que cobija ropa mía que ya no casi siento como mía, pero es mía —son restos de cada mudanza, de cada ruptura, de cada vida. Cuando hace frío me envuelvo en un jersey de mi yo de veintipocos años. Lo siento lejanísimo, caen los recuerdos sobre mí como cae la escarcha de los almendros, duele porque no toda la memoria abriga. Cuesta entenderlo, pero aquel yo soy yo. Estas semanas de descanso he pasado algunos días allí, con ella, bajo piedemontes de secano, la montaña es presencia. Leña, chimenea, molinillo, café. Tiempo compartido. Soy muy feliz allí porque la urgencia se hace chica.
Comienzos
La habitación que mi madre guarda para mí en el campo es pequeña. Una cama de uno treinta y cinco, paredes blancas, un colchon demasiado blando, una cómoda y un espejo, un armario que cobija ropa mía que ya no casi siento como mía, pero es mía —son restos de cada mudanza, de cada ruptura, de cada vida. Cuando hace frío me envuelvo en un jersey de mi yo de veintipocos años. Lo siento lejanísimo, caen los recuerdos sobre mí como cae la escarcha de los almendros, duele porque no toda la memoria abriga. Cuesta entenderlo, pero aquel yo soy yo. Estas semanas de descanso he pasado algunos días allí, con ella, bajo piedemontes de secano, la montaña es presencia. Leña, chimenea, molinillo, café. Tiempo compartido. Soy muy feliz allí porque la urgencia se hace chica.