A veces siento que tengo secretos. Es el arranque —majestuoso— de Lo que ellos dicen o nada de Annie Ernaux, editado por Cabaret Voltaire. “A veces siento que tengo secretos. En realidad no son secretos, simplemente no quiero hablar de ello, y además estas cosas no se pueden contar a nadie, demasiado raras”. De los secretos no se habla, ni se pregunta, pero sabemos que están. Ese trastero íntimo (cerrado con llave) donde cabe buena parte de lo que son las personas que queremos. Porque somos lo que se ve pero también (y especialmente) lo que no se ve. ¿Qué secretos escondía mi padre? ¿A qué tenía miedo?
Cuando vuelvo a sus cosas (siempre lo hago, cuando voy a ver a mi mamá) repaso sus libretas, la cartera que dejó, vuelvo a fijarme en su letra. ¿A qué tenías miedo? No escucho más que el sonido de un mirlo, se posa sobre la mesa desde donde escribo, nos alojamos en Can Domo, una casa de piedra blanca en el sureste de Ibiza, del Siglo XVIII, cerquita de Cala Llonga. Los lugareños afirman que esta isla está asentada sobre un punto de energía terrestre, donde convergen líneas de fuerza que generan un campo magnético único, uno de los ejes psíquicos del planeta, por eso en cada ocaso se reúnen cientos de personas frente a Es Vedrà, la isla misteriosa. En realidad es una misa, están buscando purgar sus miedos, pero no lo saben. La diosa Tanit (la deidad cartaginesa de la fertilizad y los ciclos lunares, que desembarcó en Ibiza envuelta en loto) descansa en la cueva de Es Culleram, en Sant Vicent de sa Cala. Como en La quimera, a principios de siglo descubrieron su santuario, Culleram, que cobija más de seiscientas esculturas y mil cabezas de la diosa. También como en peli, una parte mía siente que la traicionaron abriendo esa puerta.
Tanit es la Madre. Guardo, como mi padre, muy dentro las cosas que me dan miedo. Él, como yo, se sintió un extranjero buena parte de su vida, creo que nunca pudiste expresarlos, te los llevaste contigo. Omar (mi psicoanalista, ¿cómo estarás?) me dijo una vez que los miedos también se heredan, creo que exponiendo los míos trato de sanar los tuyos, papá. El de Laura, su miedo más atávico, es estar encerrada, no poder escapar, por eso su anhelo tiene nombre de mujer: libertad. Me aterra el dolor físico, la aguja agujereando mi piel, el pinchazo de la anestesia en el dentista, me acojona intuir la enfermedad cerca. Me asusta muchísimo el abandono, perderla, que mis amigos vean quien realidad soy —y no me quieran. Ser padre y no estar a la altura. La vejez de mi madre, pasar de puntillas por la vida (creo que esta obsesión también está conectada contigo, papá: tras cada incandescencia trato de andar el camino que no pudiste andar). No dejarme avasallar por lo que siento, porque vivir a espaldas del corazón no es vivir. Un buen amigo me dijo hace poco una cosa bellísima: confiar en uno mismo significa hacer realidad lo que uno ya sabe que es cierto. Tras esa fe se cobija la alegría.
Gracias por abrirnos la ventana de tu trastero, es valiente dejar que entre la luz ahí. Me inspiras mucho.
Alberto Álvarez dice que "los monstruos odian el aire fresco", y no hay mejor forma de airear los miedos que sacarlos a pasear. ¡Un abrazo! Gracias por lo que nos das sin darte cuenta. ❤️
Como siempre, me dejas pensando … me da ilusión que algún día mis hijos vuelvan a casa y lean mis libretas, que (justo desde hace 10 años) para eso las he pensado, las escribo para que sea una cápsula del tiempo y recuerden un poco cómo vivíamos, qué pensaba su mamá y a qué le temía. Por eso y porque mis fotos no son buenas y a mí me gusta capturar todo. Abrazo 🤗