Cómo somos las personas, cientos (miles) de pequeñas diferencias nos separan, y aún así, pretendemos entendernos. Un amigo está escribiendo su primer libro, me confiesa qué es lo que más le cuesta. “El proceso es muy loco, tengo la cabeza embarullada 24/7 con los personajes y la situaciones, si es común a los que escriben mucho, están locos” —sonrío. “Y luego la parte de la documentación en torno a todo aquello que no conoces bien”. “Qué curioso” —le contesto. Yo esa es la parte que más disfruto. Es mirar dentro lo que me quema.
Viernes por la tarde, paseamos (como siempre) de la mano por la playa, pegaditos a la orilla. Laura viste un pantalón corto de algodón, una camiseta marinera (bajo la remera, la parte de arriba del bikini) y un tote con sus cosas. Crema solar, antimosquitos, gafas de sol, la lista de la compra, gomas para el pelo, a lo mejor una compresa. Yo parezco el tripulante de un barco de pesca noruego, cobijado bajo mi gorro de lana, el abrigo de Batela, pantalón hasta los tobillos. Siempre tengo frío. Qué cosas, hasta ahora pensaba los frioleros lo somos porque tenemos el frío dentro pero qué va, es al revés. Busco el calor que me habita. Ha sido (está siendo) una semana extraña. Un ratito de calma en mitad de la tormenta. Laura tiene un nuevo ritual, desde hace dos (¿tres?) meses, se acerca hasta el mar, deja la mano caer sobre el agua salada, se frota su cara primero, luego viene hasta mí y “pinta” mis pómulos, mi frente y mi nariz. Es bonito. De vuelta a casa un mensaje bellísimo ilumina la pantalla del móvil: “Jugó la partida lo mejor que supo”. Es de Alberto.
Es verdad, se lo pedí hace un rato, antes de bajar: “Oye, ¿cuál sería tu epitafio si tuvieses que decidirlo hoy?” Es por culpa de aquella carta, Resistir, me prometí preguntar a la gente que quiero cuál sería esa última frase. Lo voy haciendo, poco a poco, pero a veces me da vergüenza preguntar. Tengo una nota con algunas de mis preferidas, tanto las sentidas (“Si no viví más, es porque no me dio tiempo” del Marqués de Sade) como las más mordaces (“That's all folks!” de Mel Blanc). Una de mis favoritas está grabada en una lápida del Cementerio Ntra. Sra. de la Almudena: “¿Veis como sí me dolía?”. Eso es ganarle un pulso a la vida. Laura se lo piensa: “Sería algo sencillo, sin ningún tipo de pretensión, algo de verdad” —venga, cariño, mójate. Contesta entonces: “He amado mucho”. Se me hace alto el corazón cuando lo escucho. Tiene razón ella: la vida es eso y nada más.
Siguen llegando los mensajes, Cañada me sorprende (yo esperaba algo más solemne) con un “Lleno, por favor”. Lo acompaña con un aviso: “Si no te digo nada antes, puedes usarlo :)”. Sé que no me dirá nada más. Cada vez que lo pienso me gusta más, parecía irónico pero no lo es, no hay cinismo, la vida es una aventura. Lleno, por favor. A última hora de la tarde llega el de Dani, hace tiempo que no hablamos, no hace falta para sentirlo siempre cerca. Es que lo está. No puede ser más suyo su epitafio: “Ahora ya nada”. Es verdad, hay un hilo que conecta a las personas que queremos. Observo ese hilo. Amar furiosamente, ser conscientes del milagro (cada día lo es), no tener miedo, ser de verdad.
Nota a pie de página: ¿Cuál sería vuestro epitafio?
“Marcho que teño que marchar”
Era un viaje sin vuelta