Hay personas que te calman. Lo pensé el otro día cuando hablamos con J. —lo vi consumido y gris, su mirada una vereda infinita de nudos, guijarros y puertas cerradas. Cómo duele el dolor de quien quieres y cómo duele la certeza de que esas puertas solo las puede abrir una persona: él. Su sombra proyecta una sombra sobre los demás pero no lo ve, nada puede hacerse cuando no ves.
Hay personas que te calman y me pasa lo mismo con algunos objetos, libros, alguna película y poquísimos perfumes: un sillón que nada más verlo te inunda una sensación de familiaridad (¿cómo puede ser?) y cuando pasas la mano sobre el algodón caes en que tiene la textura exacta (perfecta) de las cosas que abrigan pero no ahogan, y te acomodas —el tiempo se para— y te inunda una calidez que sencillamente hace tu vida mejor, más suave. En ese preciso momento sabes que es tu sofá (porque lo sabes) e intuyes un millón de noches recostado en él viendo series tontas o en mitad de una guerra pero ahí, porque es tu sofá.…