Yo no conocía la expresión, diría que la primera vez que la escuché fue en aquella cena inolvidable en el porche (tan cinematográfico: parece un fotograma de Cuento de otoño de Éric Rohmer) de Sant Joan de Binissaida, en Es Castell. Bebíamos no recuerdo qué Borgoña y una de la hijas de Eva, mi editora, dijo como el que no quiere la cosa: “No me renta” y ese sencillo “no me renta” pasó a ser uno de los temas de la noche —que qué expresiones tan peculiares tienen las nuevas generaciones: a mí me encanta. Que debe ser perpetuo (atado al devenir del mundo) esto de no entendernos, pero no es verdad: claro que nos entendemos.
No me renta perder el tiempo ante la mala educación, sentarme en la mesa del tóxico, permanecer ajeno al ruido: ya no me callo ante lo que no. No me renta el discurso del señoro (las páginas de opinión de los diarios de siempre están llenas de su condescendencia y ese olor —no lo soporto— a habitación cerrada), hacer cola porque sí, hacer míos los conflictos del otro: t…