Ayer salió el sol. Ayer, a bocajarro y como una ráfaga de júbilo, el cielo gris se quedó dormidito a la vera de nuestra melancolía y se hizo nadie bajo miles de millones de galaxias, qué pequeños somos pero qué gigante es cada tajo, cómo duele cada revés no esperado. Ayer, al compás de la melancolía, salió el sol en València y levantó (sin permiso) la falda de tantos días tristes; cómo es la belleza atávica de la naturaleza, ¿verdad? Esa naturaleza es la lumbre y nosotros la vela, pero cómo cuesta verla cuando las cortinas pesan como estaño.
Ayer salió el sol y llenó de luz su mirada. Nos atravesó la luz blanca (esta luz blanca como la cal, nunca he visto una luz así, en ningún sitio) de este Mediterráneo viejo como el tiempo y las primeras pecas asomaron en sus pómulos, dibujando una cartografía imposible de cosas bonitas. Cada peca es la promesa de un verano, cada peca es una estrella de esa constelación que es su vida porque imagino, tras cada una, noches bajo el cielo, sueños perdi…