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Él no lo recordará, pero hace bastantes años comí con Cañada en un restaurante de Las Salesas, volvíamos de un viaje por el norte, yo andaba recuperándome de un ruptura complicada pero en aquella época todavía no sabía expresar. Mis días eran tan solo dolor callado. Entonces escribía semanalmente en torno a gastronomías, lugares donde ser feliz, esas cosas. Curiosa paradoja porque no importa donde estés si lo único que llevas dentro es melancolía. Es algo que he aprendido con el tiempo —que nuestras alegrías, nuestras penas y nuestros conflictos viajan con nosotros en una mochila invisible, piedras que ni siquiera intuimos hacen pesado nuestro andar pero también nacen flores frescas, de las que acaso percibes su aroma no más. ¿A qué viene esta alegría que siento? La llevas tú dentro. La vida son las dos cosas. Por eso en realidad no existe el “allí todo será mejor” —nada será mejor si no cuidas con mimo ese jardín que te habita, si no escuchas atentamente cada sentir. Ningún lugar estará lo suficientemente lejos, ningún hotel será lo suficientemente bello, ningún atardecer podrá calma tu ansiedad.
Uno de los temas sobre los que habitualmente escribía era il dolce far niente. Vivir pendiente nada más que de la piel, la luz sobre la luz, el amparo de una caricia. Supongo que buscaba fuera lo que era incapaz de ver dentro. En aquella sobremesa le pregunté a Javier que qué era para él lujo, lo pensó un rato, me contestó una cosa que todavía recuerdo: “tiempo, silencio, horizonte”. Lo apunté en mi libreta de entonces, él no lo sabe pero dediqué años de mi vida a buscar con ahínco aquel Grial de una vida plena. Fracasé. No encontré el tiempo en el país más remoto, ni silencio en la soledad más quieta ni horizonte en ninguna de las terrazas que coleccioné frente al mar.
Son las siete y media de la mañana, es viernes, desayuno mientras amanece en Finca Cortesin, la luna llena se despide ajena a mis quehaceres sobre los cerros de la sierra de Casares. Laura duerme, no tardará mucho en sumarse al desayuno. Han pasado diez años desde aquella comida. Estos días hemos habitado este refugio andaluz donde la belleza es credo, las horas se mecen cálidas junto buganvillas, jazmines y geranios. Paseamos frente a papeles pintados a mano, cerámicas de otro tiempo, maderas talladas. Son las ocho. Mientras el día se despereza contemplo tranquilo mi jardín interior, podo alguna rama seca, limpio las raíces, observo sin juzgar partes de mí que no me gustan. Dejo los pensamientos ser al son del silencio perfecto de esta mañana que nace. Soy cada piedra de mi mochila, cada tajo, cada ausencia.
Al rato se sientan en una mesa cercana Bárbara y Liliana, organizadoras del evento por el que estamos aquí, me saludan pero me dejan estar, no saben que estoy escribiendo esta carta. Junto a mí un gato ronronea, desayuna conmigo cada día. Anoche entregamos los galardones a los mejores hoteles de España y Portugal. Hablamos, de nuevo, de lo que significa el lujo. Subrayé una frase que dijo Bárbara, “el lujo es que alguien que te tienda la mano”, como agradecimiento a René Zimmer, anfitrión de la fiesta. Es bonito lo que cobija el mensaje. Y cierto. Pero déjame añadir una cosa, Bárbara. La primera persona a la que tender la mano es a uno mismo. Si no te perdonas será imposible perdonar. Quererte para querer. Regar cada día las flores. Cruzar el mundo en busca del asombro pero no olvidar nunca este aquí. Porque este aquí eres tú.
Allí todo será mejor
Buenos días,
Estoy en Oviedo para una revisión oftalmológica, a raíz de un desprendimiento de retina hace unos años.. Al leerte hoy, me ha venido a la mente que el lujo, aunque no nos demos cuenta, es simplemente poder VER el día q amanece cada día... feliz sábado
Es un lujo poder tener esa Paz mental que te permite ir por la vida con la tranquilidad de que todo esta bien. Cuidarte para cuidar.
LUJO es poder leerte cada sabado. Gracias.