Madrid ha inventado esta vida de esquizofrenia y atascos tras cada amanecer pero también el otoño de una belleza que casi es insulto, de tanto lirismo. El madrileño no lo ve (¿es que se puede parar a mirar algo?) pero el color de las nubes se llena de pigmentos tostados, añiles y malvas en una sinfonía cromática que resiste, bellísima y arquitectónica, inmutable ante nuestras tonterías: es que lo son.
Hoy hablamos de esa otra realidad de la que no hablamos tanto: tener que dejar Madrid. Por elección (más fácil, claro) o por obligación, que no debe ser un trago de buen gusto —así que Laura (como me pedís que la siga trayendo a esta salita de estar, yo encantado ❤️ ) nos cuenta su experiencia (no exenta de conflictos, claro), sinsabores, alegrías y aprendizajes.