Es la frase que ilustra la postal que observo ahora mismo, mientras escribo esta carta: “¿Por qué no puedes ser feliz?”. Una chica flota ingrávida en el aire, tiene los ojos cerrados, parece dormida o triste o las dos cosas, ¿está cayendo como cuando parece que caemos (sin fin) en un sueño? Durante años soñé exactamente eso: que caía. Algún imbécil me dijo que nunca podría estamparme contra el suelo en un sueño. Se equivocaba. Junto a la postal, sobre la mesa, nada más que una taza de café, un par de notas garabateadas (voy tomando notas aquí y allá, frases sueltas, ideas para estas cartas) y el cómic con el que llegó la postal: Se está muy sola en el centro de la tierra de Zoe Thorogood. Lo compré el otro día en una de las casetas de la Fira del Llibre de València, la tarde que conocí a Miguel, atardecía, me lo recomendó Álvaro Pons. Mentira. No (me) lo recomendó, compartió un mensaje público halagándolo, yo le pregunté y, como siempre (es tremendamente amable) me contestó. ¿Por qué no contar las cosas como sucedieron?
Son exactamente las cinco de la tarde. La obra me está entusiasmando, pocas veces hago esto: parar de leer porque no quiero que se termine. Vendo una vida lenta pero es mentira, vivo instalado en la prisa. El yo que me gustaría ser (y que tantas veces se cuela en estos textos) observa, desde la cabina del tren, cada matiz del paisaje, el tono exacto del azul del cielo, escucha el traqueteo, se detiene en cada detalle. Mentira. Vivo pendiente del destino, quiero llegar cuanto antes, ¿llegar antes para qué? Zoe nació en Bradford, tiene veintitrés años, relata sin piedad (pero con muchísima ternura) cómo es vivir pegadito a ese acantilado que es la depresión. Mi mundo no es el suyo (no pueden ser más diferentes nuestros mundos) pero entiendo cada sombra, el aislamiento (“últimamente me cuesta hablar con mi familia”), la culpa (porque quien más sufre suele ser quien más quieres), “el monstruo que te sigue”, cuando la soledad es una emboscada. Dejo el cómic, repaso alguna de las preguntas del Consultorio sin miedo, han pasado cuatro meses desde que lo pausé, entonces escribí: “Necesito parar”.
Un mismo sentir se cuela en muchas de las preguntas: “¿Por qué todo es tan difícil?”, “¿Qué haces cuando sientes que no encajas? ¿Cómo silenciar las voces?”, “Siento que no puedo avanzar. ¿Cómo vuelvo a creer en mí”. Observo (esta vez sí) el finísimo hilo invisible que conecta a la chica cayendo, mi sueño de entonces, el miedo al miedo. Contesto desde el corazón, algunas duelen, mientras lo hago me llega un mensaje, es de Manuel Naranjo, me cuenta que ha montado (junto a su mamá y su hermano) una casita rural en Calañas, tierra de fandangos, se llama Origen Andévalo. Me manda un puñado de fotografías, me gusta lo que veo, el tiempo detenido, sonrío porque usa una de las palabras que tengo en mis notas, las que dejé sobre la mesa: Komakai. No tiene una traducción exacta, sería algo así como la atención al detalle de lo apenas imperceptible. “El baile de las flores de primavera mecidas por la fina brisa del campo”. Vuelvo al Consultorio, respondo para quien pregunta, pero también para mí. “¿El plan?” Pensar menos y vivir más. Detenerme (de verdad) en cada detalle. No tener prisa. Dejar que te pasen cosas y buscar la grieta en todo. Para que entre la luz.
Nota a pie de página: Gracias, gracias infinitas por todo el cariño con el que habéis recibido el nuevo Consultorio. Me asustaba el cambio de formato pero mis titubeos, con vosotros y vosotras, se disipan siempre en el minuto cero. Merece la pena el esfuerzo. Me siento cuidadísimo, que lo sepáis.
“Solo hay una viaje” gracias
Vivir mientras sientes sin pensar gracias de nuevo
El Monstruo, es horrible cuando te visita. He conseguido con el tiempo y mucha terapia que cada vez aparezca menos, o casi nada. Dejé la ciudad las prisas los retos la lucha contra el sistema, me dedico a mi y a mi familia, desde mi pequeño pueblo, vivo más despacio, sin destino, solo estoy.