“Pero nunca has mirado a una mujer y te has sentido vulnerable”. Fue lo último que leí anoche. Duermo mal, me levanto a las cinco entre sudores, se me olvidó prender anoche, tras la cena, el aire acondicionado. Lo enciendo, veintiún grados, vuelvo a la cama, intento dormir una hora más, lo consigo, no es un sueño profundo pero sí suficiente. Amanece, se cuela el sol entre las cortinas, pero en casa no tenemos cortinas. Dónde estoy. Estoy en la quinta planta del hotel Don Pepe de Gran Meliá, en Marbella, Noelia (la directora) nos contó ayer que en los días muy claros se puede distinguir, allá en el horizonte, Gibraltar y la costa de Marruecos. Hoy no es uno de esos días. Las nubes del amanecer cubren este despertar de misterio.
Escribo a Laura, han sido días complicados, me siento culpable, qué difícil es andar cuando el miedo te encadena los pies al suelo. Antes del rodaje (eso era, hemos venido aquí a grabar Decir las cosas) doy un paseo por la playa, alborea, el rocío ha tomado las rosas rojas del jardín, el tronco del alcornoque, el césped que piso, huele a tierra húmeda, a petricor, a la vida naciendo. Bajo hasta la playa, a por un café en Capuccino, un hilo conecta este momento con otras sombrillas como estas, en otros momentos, en Puerta de Alcalá y Port de Pollença. Tras la grabación volveremos a esta mesa, Alberto y yo, hablaremos entonces de la amistad, de qué significa ser un amigo, el mármol se llena de notas. De un texto de Borges que me mandó Borrás hace un tiempo: “La amistad no necesita frecuencia, el amor sí”. Subrayamos frases, ideas, la amistad es (también) permitirle a alguien que tenga la posibilidad de lastimarte. Me gusta la respuesta que da Senestrari: “¿Y por qué le permitirías eso a alguien? —Porque estás completamente seguro de que no lo hará”.
Hablamos, también, de amor. De cómo está él, de cómo estoy yo, de fondo no escuchamos más que las olas del mar, un perro que corre por la arena, la vida sucediendo. Laura y yo nos casamos hace seis años, me pregunta si sigo sintiendo aquello. “Sí”. En realidad es tan fácil como esto —añado: “con ella todo es mejor”. Su luz calma mis sombras, quiere sin esperar nada a cambio, no tiene prisa, es mi escudo frente a la tristeza, no conoce la maldad (yo sí), mira el mundo bonito porque ella lo es. Me ha costado mucho entender esto: vemos el mundo como somos. Por eso es imposible querer si no te perdonas. Le recuerdo a Alberto la frase que leí anoche, con la que arranca esta carta, pertenece a una escena (esa escena) de una película que amamos ambos, El indomable Will Hunting. “No sabes lo que significa perder a alguien. Porque sólo lo sabrás cuando ames a alguien más que a ti mismo”. Me aterra la pérdida, me siento más frágil que nunca, a lo mejor por eso evito el conflicto, es el miedo al miedo. Atardece. Mañana, como todos los días, saldrá el sol. Es verdad, el único camino (el único importante) es hacia dentro. Ten paciencia, no pienses en el mañana porque no lo hay, aprende a ser lo que eres, sigue andando —pese a todo. Déjate atravesar por la luz. Lo frágil te hace fuerte.
Hoy no he podido leerte del tirón. Cada frase me obliga a volver a leerte. De abajo a arriba una y otra vez. Es como si quisiera grabarlo todo dentro. Es bonito de principio a fin y araña por dentro. Feliz sábado, Jesús. Feliz sábado a todos.
No se xq siempre que te leo llueve, llueve sin parar y empapa las piedras de estos pueblos perdidos de Alemania por donde viajo. Me apunte dos de tus frases para enviar a una amiga que perdió a su pareja de 30 años en un momento.
No se sí puede perdonarse. Ojalá.
Gracias por ayudar a sentir, aunque sentir duele.